Índice
Capitolo 4
|
El gran engaño
Un cuerpo solo es pobre, un cuerpo colectivo es revolucionario
Capitolo 4: El gran engaño

Un cuerpo solo es pobre, un cuerpo colectivo es revolucionario

La pandemia también ha puesto en marcha nuevas reflexiones sobre el cuidado del medioambiente y del propio tiempo, sobre todo en relación con un trabajo cada vez más digitalizado y a distancia. Inquietudes que se ven reflejadas en Pabellón Italia y en la exposición central de la Bienal

Conversación entre Christian Marazzi y Luigi Cerutti

Por primera vez en su historia, el Pabellón Italia presentará la instalación de un solo artista, Gian Maria Tosatti, que ha realizado una suerte de obra site specific dedicada a una pregunta crucial. A decir verdad, a dos. La primera es qué papel desempeña la cultura en esta compleja coyuntura contemporánea, testigo de tantas crisis: la ambiental, sin duda, transversal a todo el planeta; y ahora, obviamente, la bélica, que nos afecta a todos muy de cerca. La segunda pregunta que plantea es de carácter histórico: ¿cómo ha sido posible que Occidente, engañándose a sí misma durante decenios, haya perpetuado un modelo que si por una parte ha tenido la obvia virtud de mejorar las condiciones de vida de muchas personas y de instaurar el bienestar, por otra ha contaminado sin pagar por ello, fundamentalmente porque nunca se han actuado políticas claras que impusieran una compensación, al menos monetaria, al daño medioambiental que se perpetraba?

Acto I: el cuerpo

[Luigi Cerutti]: Tendremos una breve conversación en dos actos: la palabra clave del primero es «cuerpo», una palabra que usted, obviamente, ha utilizado muy a menudo y a la que se ha referido tanto en sentido abstracto como aludiendo al «cuerpo como máquina». En la exposición central de esta Bienal, comisariada por Cecilia Alemani, hay una cápsula dedicada al Post Human, concepto clave introducido en el arte por Jeffrey Deitch en los años noventa, cuando el mundo conoció la artificialidad, la plástica, y el cuerpo transformable; un momento histórico en que existía la convicción, quizá la esperanza, de que la ciencia salvaría el planeta a pesar de las infamias cometidas por el hombre. Como respuesta a esa cápsula, el primer punto de reflexión es, pues, el relativo al cuerpo. En el contexto en que vivimos, donde el cuerpo sigue siendo central en la producción del trabajo y la riqueza (de hecho, porque gran parte del trabajo se extrínseca a través de él, sobre todo en un sistema como el italiano, todavía ampliamente manufacturero y poco digitalizado con respecto al de las otras grandes potencias del G7), donde se ha creado el metaverso, en cuya virtualidad no existe de forma física, sino como pura proyección de uno mismo, ¿qué papel sigue teniendo?

[Christian Marazzi]: El cuerpo, en efecto. El problema es que en el curso del tiempo el cuerpo ha sufrido una negación debida a la digitalización y, obviamente, también a la globalización, todo ello agudizado por el desarrollo y la explosión de la crisis pandémica. El cuerpo ha sufrido una eliminación. Durante la pandemia nos preguntamos: ¿dónde ha ido a parar el cuerpo? Nos preguntábamos acerca de su destino para descubrir a continuación que el tema real no era su desaparición, sino su modificación, su reconfiguración en el interior de esta gran red digital. En primer lugar, hay que comprender que la guerra nos lo ha devuelto brutal y dramáticamente. Lo ha vuelto a colocar en el centro de nuestras vidas y de nuestra atención. Creo que hacerse preguntas acerca de él sea también hacérselas sobre el trabajo, sobre cómo ha cambiado a lo largo de estos años y sobre los procesos de sus nuevos significados. Creo que el concepto de cuerpo nos impone actualmente estos dos elementos. Empecemos por el trabajo, un trabajo que en los últimos años, desde principios de los ochenta, se ha modificado en el sentido de que se ha vuelto más heterogéneo, se han multiplicado sus formas. Hoy en día tenemos un pluriverso (ya no es un universo) laboral, caracterizado por el aumento del contrato de trabajo temporal, a tiempo parcial y por proyecto. Son características, llamémoslos vectores, modificadores y transformadores del mundo laboral, que ha dejado atrás el contrato de trabajo indefinido, representativo del siglo xx desde el punto de vista de la centralidad, a pesar de no ser estadísticamente el mayoritario. El contrato de trabajo indefinido siempre ha tenido la función de modelo en la construcción del Estado social y ha ocupado la mente colectiva. Hoy en día estos parámetros siguen tan grabados en nuestra mente que un contrato de trabajo temporal está considerado, como decía un psicólogo del trabajo, una merma, algo parcial con respecto a algo completo que, de hecho, ya no existe. Esta es la primera consideración, que considero importante para nuestro tema de la desaparición del cuerpo y de su pluralización en el trabajo. La otra cuestión relacionada con el cuerpo es la digitalización y su efecto de ocultación del cuerpo, que se percibe siempre mediado por una pantalla. La digitalización es, de por sí, el lugar donde se construye el metamundo, lo cual ha tenido una aceleración en el curso de los últimos veinte años, y que ha explotado de forma natural durante la pandemia con el teletrabajo. Esta idea de extravío, de desaparición del cuerpo, o mejor dicho, de su eliminación, plantea algunas cuestiones  trascendentales. La digitalización se basa en el concepto de trabajo digital. A su vez, el trabajo digital se basa en el digitus, el dedo, una parte del cuerpo. Lo decía Antonio Casilli en su libro Esperando a los robots: Investigación sobre el trabajo del clic[1]: el trabajo digital, por más que se trate de negar, es un trabajo que tiene que ver con el cuerpo, con la fisicidad. Y esto plantea un problema que remite a otra cuestión: si la economía tiene que ver con la definición de la teoría del valor, ¿qué es hoy en día el valor?, ¿qué es el valor económico si el trabajo está tan digitalizado y distanciado? La otra cuestión es la desaparición del cuerpo. Sin embargo, se trata de una desaparición parcial. En efecto, detrás de las redes hay cuerpos, muchísimos cuerpos. Millones. Como los del personal de mantenimiento y gestión de las redes, los que corrigen los errores de software, o los barrenderos de la red, que ayudan a mantenerla limpia, por así decirlo; de los que trabajan detrás de las grandes plataformas y lo hacen en el comedor o el sótano de su casa. Detrás de lo inmaterial, hay, en definitiva, una economía de cuerpos que trabajan. Quizá son los mismos que vemos en las calles de Mariúpol, y que vuelven a nosotros con toda su fuerza. El cuerpo siempre está ahí. Hemos de entender que el siglo xx parece no acabar nunca, es como si nuestros pies estuvieran pegados a ese siglo breve (que, por otra parte, se ha vuelto larguísimo) y no lográramos despegarlos de él. Reflexionemos también acerca del cuerpo y la relación del hombre con las materias primas: hoy en día se habla de gas natural, de petróleo, e incluso de carbón. Todo ello contribuye a definir nuestro tiempo como un interregno donde lo viejo muere pero lo nuevo no nace. El cuerpo es, pues, el lugar en que se condensa lo trágico, que también es esperanza: la posibilidad de recomponer lo que fue pulverizado mediante la modificación de la manera de trabajar y producir. Dentro de este regreso del cuerpo quisiera introducir también el fenómeno de la gran renuncia (The Great Resignation) que ha caracterizado a los Estados Unidos después de la pandemia. Es una suerte de éxodo del trabajo liberalista, tal y como ha sido definido en los últimos treinta y cinco años: un trabajo hiperproductivo, hiperestresante, falto de motivación, poco gratificado y poco reconocido. Tras la pandemia, parecía que todo volvía a ponerse en marcha, y, en efecto, al acabar el confinamiento todo volvió a activarse. Sin embargo, para los muchos que se habían quedado en casa, en especial en Estados Unidos, beneficiarios de ayudas, fue sencillamente imposible aceptar el regreso. De ahí la gran renuncia, la gran dimisión. La gran renuncia es un fenómeno que afecta a alrededor del 10% de la mano de obra con empleo de la población activa, en términos de valor absoluto, en los Estados Unidos. Es un fenómeno que afectó a unos 4,2 millones de personas a partir de julio de 2021. Y sigue siendo relevante. ¿Por qué? Porque la pandemia fue el momento en que muchos comprendieron o se hicieron la pregunta: «¿De verdad he de seguir viviendo para trabajar o tengo que darle un nuevo sentido a mi vida? En fin, ¿se vive para trabajar o se trabaja para vivir?». Porque el hecho de quedarse en casa, con los hijos, con la pareja, nos ha hecho comprender que hay vida más allá del trabajo, más allá de la histeria típicamente liberalista. Esta renuncia o dimisión podría, pues, dar un nuevo significado al cuerpo y al trabajo. En un sondeo realizado por Microsoft, se registró que en el último trimestre del año pasado las personas que habían renunciado al trabajo regresaron al mundo profesional con sueldos más altos, como si tuvieran una mayor capacidad contractual con respecto a quienes permanecieron fieles a sus puestos de trabajo. Así que, en cierto sentido, el éxodo y el nuevo significado han dado mejores resultados que la fidelidad, justo como Albert Hirschman[2] teorizó en Salida, voz y lealtad. Es indudable que la pandemia ha colocado el cuerpo en el centro de nuestra atención. Un cuerpo tanto desaparecido como curado. La pandemia, en efecto, ha instituido de forma definitiva la palabra «cuidado». Nos guste o no, nos hemos convertido en una sociedad del cuidado. Cuidamos de los cuerpos de los heridos, de los muertos, de los vivos, de los ancianos, de los niños, del medioambiente, de la casa y del territorio. Es decir, no hacemos más que cuidar. Todo ello forma parte de esa conciencia de readquisición de nuestro cuerpo. Por último, está claro que el cuerpo posee fuerza cuando es colectivo. Un cuerpo solo es un cuerpo que vive la soledad y el aislamiento, es un cuerpo pobre. Un cuerpo colectivo es, en cambio, un cuerpo revolucionario, sin que el adjetivo le otorgue connotaciones ideológicas, sino en el sentido  de que es capaz de revolucionar, de volver a transformar. En este sentido, el arte desempeña un papel crucial. El arte debe representar, de una forma u otra, esta revolución, esta lógica y este proceso de cuerpos en transformación, de cuerpo en la naturaleza cuyo interior lo abarca todo.

Acto II: el medioambiente entra en el trabajo

[L.C.]: Ha tocado usted un tema central también para el Pabellón Italiano, que es el relativo a la evolución del trabajo provocada por las revoluciones, incluso las medioambientales en curso, y a las nuevas políticas adoptadas por los países. Lo vemos ahora en Italia con el sector automovilístico, que debe reconvertirse al vehículo eléctrico, fenómeno necesario pero con repercusiones severas en los modelos industriales, los convenios colectivos nacionales y el empleo. Este fenómeno incluye también la necesidad que parece manifestarse desde abajo, y que la pandemia parece haber acelerado, de horarios flexibles, teletrabajo y semana laboral de cuatro días. La naturaleza y el medioambiente parecen sugerir una escapatoria para todo ello, pero ¿cómo hallarla?

[C.M.]: Empezaré diciendo que me ha impresionado mucho lo que ha ocurrido en la filial de Staten Island de Amazon, donde tras fracasar el año pasado en la formación de un sindicato, este año lo han logrado. Lo más clamoroso es que tras la primera aplastante derrota, los organizadores se hayan inspirado en el manual escrito y en el modelo del sector siderúrgico americano de los años treinta para formar su sindicato dentro del símbolo por excelencia de la economía digital. Es un asunto interesante desde el punto de vista de las formas de autogestión, que siguen inspirándose en este siglo que parece no tener fin. Quiero decir que es una mirada a las modalidades de negociación  nacional, una mirada al pasado. Como decía un viejo profesor de economía: «Es mejor descubrir viejas verdades que inventar nuevas tonterías». Lo segundo que me viene a la cabeza es que los procesos de trasformación del trabajo, de la deslocalización a la concentración de capital, corren el peligro de amenazar cada vez más a toda una serie de pequeñas y medias empresas y empresas emergentes que son la riqueza biológica, la biodiversidad de una economía extendida. Las nuevas costumbres y las políticas públicas tienen un impacto sobre las pequeñas y medias empresas, que no siempre pueden sostener los cambios radicales cuando no son los actores protagonistas. Esto tiene repercusiones económicas en las comunidades, del mismo modo que tuvo repercusiones sobre la relación entre trabajo y tiempo de trabajo que, de hecho, difuminó mucho el límite entre trabajo y vida. Estar siempre conectado es un tema que se ha dado por sentado. En el libro Mercados radicales[3] hay un capitulo que dedica una atención especial al hecho de que los datos son trabajo. «Los macrodatos son trabajo». Todos los datos que producimos tienen valor, son fruto de un trabajo que en un momento sucesivo utilizarán otros trabajadores para componer los macrodatos, que las empresas utilizarán de las maneras más variadas. El punto de partida es nuestra producción individual y propia como trabajadores de la red que nos une, como productores de datos. Creo que esto también debe tenerse presente en la negociación colectiva, relacionada con el tema de la productividad. Somos productivos. Y lo somos cada vez, de maneras que, por decirlo de algún modo, no están contabilizadas, estadísticamente registradas. Cuando compramos un billete de tren con un teléfono inteligente, además de producir datos estamos permitiendo que la empresa de transporte se ahorre el sueldo del empleado de la ventanilla, cuyo trabajo, efectivamente, está desapareciendo. Y esta producción de datos que serán usados, sobre el hecho de que los fines de semana voy a una localidad de playa, ¿cómo se me paga? No hay rastro monetario de este trabajo, y no dejar rastro monetario significa que nuestra aportación efectiva y efectual a la creación de riqueza no aparece en la definición de la cuantificación del producto, y, de consecuencia, no aparece o no resulta en el cálculo de nuestra productividad. La productividad es, de hecho, el PIB producido dividido por el número de horas trabajadas. Si una parte del numerador desaparece, la productividad será plana, como lo es estadísticamente desde hace unos veinte años, con consecuencias desastrosas para el cálculo de los aumentos salariales. Lo digo porque es un tema del que no suele hablarse a la hora de negociar. ¿Por qué? Porque se limitan a aplicar parámetros obsoletos. Lo segundo es que, como iba diciendo, la digitalización y el hecho de estar constantemente conectados hace que en los trabajos a tiempo parcial la presencia y la participación sean totales. Este hecho, sobre todo tras la pandemia, debería imponer en la negociación colectiva un derecho, que quizá sea una obligación, a la desconexión, tanto por motivos humanos como salariales, porque en este caso la tasa de ocupación es, en realidad, a tiempo completo. En efecto, se garantiza la propia disponibilidad (¡pobre del que no lo haga!), pero el contrato es a tiempo parcial. Creo, además, que todos estamos de acuerdo en que debemos reservarnos un tiempo personal, reconquistar espacios, tiempo para vivir, en definitiva, dentro de los cuales podamos dar un nuevo significado a nuestra existencia, a nuestro cuerpo y también a nuestro trabajo.

[1] Schiavi del clic, Antonio Casilli, Milano, Feltrinelli, 2020. Esperando a los robots: Investigación sobre el trabajo del clic, traducción de Juan Riveros, Madrid, Punto de Vista Editores, 2021. (N. de la R.)
[2] Exit,Voice, and Loyalty, Albert O. Hirschman, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1970. Salida, voz y lealtad, traducción de Eduardo L. Suárez, México, Fondo de Cultura Económica, 1977. (N. de la R.)
[3] Radical Markets: Uprooting Capitalism and Democracy for a Just Society, Eric A. Posner and E. Glen Weyl, Princeton, Princeton University Press, 2018. Mercados radicales. Cómo subvertir el capitalismo y la democracia para una sociedad justa, traducción de Helena Álvarez de la Miyar, Barcelona, Antoni Bosch Editor, 2019. (N. de la R.)

Conversación entre Christian Marazzi y Luigi Cerutti

Chrstian Marazzi, doctor en economía, ha enseñado en varias universidades europeas y en la Universidad Estatal de Nueva York. Actualmente enseña en la Universidad de Ciencias Aplicadas y Artes del Sur de Suiza (SUPSI). Ha publicado numerosos trabajos sobre las transformaciones del capitalismo contemporáneo, con ensayos sobre el futuro del trabajo y la financiarización de la economía.

Luigi Cerutti, es director general de la Società Editrice Allemandi | Il Giornale dell’Arte.