Casale es una ciudad de la región del Piamonte, en la provincia de Alessandria, que ha tenido el honor de ser la capital de Monferrato y conserva el orgullo de ostentar ese título. Pero Casale Monferrato no sólo fue la capital histórica desde las primeras décadas del siglo xv, con las familias de los Paleologi y los Gonzaga. También fue una capital económica entre los siglos xix y xx, beneficiándose de su posición geográfica baricéntrica entre Turín, Milán y Génova, con un complejo industrial propio que, en el Piamonte, sólo era superado por el de la capital. En concreto, Casale era la capital de las industrias del cemento, la maquinaria de imprenta y la refrigeración. Una de las empresas más importantes era Eternit, que fabricaba productos de construcción hechos con una mezcla de agua, cemento y amianto. La epopeya del amianto marcó profundamente, para bien y para mal, a la comunidad de Casale, que continúa cargando sus señales todavía hoy.
Ochenta años
La actividad de Eternit en Casale Monferrato duró ochenta años: la construcción de la fábrica, en las afueras, pero cerca de la ciudad y del centro histórico (a un kilómetro de la catedral), comenzó en 1906 y la producción se inició en 1907. En 1901, el austríaco Ludwig Hatschek había patentado un poderoso material: fuerte, ignífugo y relativamente barato para fabricar láminas de cubierta. Se denominó «eternit» para indicar su resistencia y durabilidad. El ingeniero Adolfo Mazza compró la patente para utilizarla en Italia y construyó la primera fábrica en Casale, dada su proximidad a numerosas cementeras. Mientras que el amianto es la materia prima y esencial del «eternit», el cemento y el agua son indispensables para fabricar el producto. La patente de Hatschek también fue adquirida por otros industriales en Europa. En 1911 se dio un paso más: Mazza inventó y patentó máquinas para producir no sólo láminas para tejados con este material, sino también tuberías de alta presión, utilizadas en miles de kilómetros de canalizaciones de agua. Para la Eternit italiana fue un éxito: los mayores productores del mundo se hicieron con la patente de Mazza.
Cinco mil trabajadores
Son muchos los que han pasado por las puertas de la fábrica de Casale a lo largo de sus ocho décadas de funcionamiento. Cinco mil empleados significan cinco mil familias, es decir, no menos de quince o veinte mil personas vinculadas directamente a Eternit, más las diversas industrias asociadas, que son difíciles de cuantificar. Para la ciudad significaba desarrollo, para la comunidad significaba mayor bienestar; la gente incluso buscaba recomendaciones para ser contratada: un trabajo seguro y un mejor salario para planificar la compra de una casa, permitirse vacaciones y, sobre todo, para hacer que sus hijos estudiaran hasta llegar a la universidad, garantizándoles un futuro mejor. En algunos períodos, había incluso más de dos mil empleados simultáneamente inscritos en el registro, divididos en varios turnos en un ciclo continuo, de día y de noche. Así pues, Casale Monferrato era la ciudad-fábrica de Eternit, al igual que Turín para la Fiat, Ivrea para Olivetti y Alessandria para Borsalino.
Corría el año 1964
En la Conferencia Mundial organizada por la Academia de Ciencias de Nueva York en 1964, el científico Irvin Selikoff y otros investigadores dieron la voz de alarma: el amianto provoca un cáncer maligno llamado «mesotelioma». De hecho, esto se sabía al menos veinte años antes. En 1943, los grandes industriales del amianto encargaron a investigadores estadounidenses un estudio que demostraba que el 80% de los ratones que inhalaban amianto enfermaban en tres años. Pero decidieron no publicar aquella investigación. Otro estudio realizado en 1946 por el Dr. Leroy Gardner tuvo el mismo epílogo: fue ocultado y no se conoció su existencia hasta 1991. La misma suerte corrieron las investigaciones del Dr. Gerrit E.H. Schepers del Saranac Laboratory en los años 50. El científico Richard Doll, que en 1954 había dirigido un estudio epidemiológico financiado por la industria británica del amianto, se negó a someterse al pacto de silencio y publicó la investigación en 1955. Lo mismo hicieron los científicos Chris Wagner e Ian Webster, autores de estudios epidemiológicos en Sudáfrica, en 1959. Por lo tanto, la conciencia del peligro de la fibra estaba ahí. Clara. ¿Cómo esconderla para impedir que se hundiera la rentable producción de manufacturas de amianto en todo el mundo? La propaganda se desplegó en varias direcciones: minimizando y cuestionando los resultados de los estudios científicos, destacando la utilidad indispensable de la eterna «eternit» o, como mucho, admitiendo que la fibra de amianto es peligrosa, pero que el riesgo podía superarse si se hacía un «uso controlado» de ella.
Años 1970-1980
El contexto socioeconómico, sobre todo a principios de los años 70, se caracterizó por grandes crisis en todo el mundo. La industria del amianto también sufrió el golpe en términos de aumento de los precios de las materias primas y de la energía, así como del coste del dinero. En Italia, además de la planta de Casale, Eternit tenía fábricas en Bagnoli (Nápoles), Siracusa y Rubiera dell’Emilia. La familia Mazza abandonó la empresa y las acciones se repartieron entre la familia belga Emsens/De Cartier, la familia suiza Schmidheiny y, en menor medida, la familia francesa Cuvelier. Tras una nueva reorganización, el grupo suizo se convirtió en el principal accionista de la empresa en 1973 y Stephan Schmidheiny asumió la responsabilidad de su dirección a partir de 1976. Mientras tanto, las preocupaciones sobre los peligros de la fibra de amianto se extendían en la opinión pública más rápido que antes. La Comunidad Europea y los gobiernos estatales empezaron a tomar en consideración medidas para contener o prohibir el amianto.
1987, el primer stop al amianto
La planta de Eternit en Casale cerró en 1986 cuando la empresa se declaró en quiebra. En esa época, la fábrica aún empleaba a 350 personas. En 1987, una empresa francesa se ofreció a reiniciar la producción, prometiendo absorber a unos 60 desempleados. El alcalde de la época, Riccardo Coppo, exigió que se garantizara que no se utilizaría más el amianto, sino que se emplearan materiales alternativos. No hubo tal garantía. Un centenar de médicos locales escribieron una carta pública con un claro llamamiento: «No reabran la fábrica de amianto». Coppo promulgó entonces una valiente ordenanza que prohibía la fabricación y el uso de productos que contuvieran amianto en el término municipal. Fue un acto histórico: Casale fue la primera ciudad de Italia en prohibir el uso del mineral, cinco años antes de que lo prohibiera una ley nacional en 1992.
1988, la ciudad se rebela
En la pared exterior de la fábrica de Eternit se habían colocado demasiadas esquelas por la muerte de trabajadores a causa de la enfermedad del amianto. Y muchos otros carteles repartidos por la ciudad aludían a víctimas que no habían trabajado en la fábrica: familiares de obreros o ciudadanos que nunca habían traspasado sus puertas. Ni siquiera habían pasado por delante. Simplemente habían respirado el «polvomalo» esparcido en el ambiente. Las familias de las víctimas, con el apoyo de sindicatos y organizaciones, formaron en 1988 la «Associazione Famiglie Lavoratori Eternit Deceduti» (Afled) (Asociación de las familias de los trabajadores de Eternit muertos), que más tarde se convirtió en la «Associazione Famigliari e Vittime Amianto» (Afeva) (Asociación de familiares y víctimas del amianto). Romana Blasotti Pavesi era su presidenta: el amianto se llevó a su marido, a su hermana, a su hija y a sus dos nietos. La apoyaron dos tenaces adalides: Bruno Pesce y Nicola Pondrano. Afeva ha sido la voz de una comunidad que, a pesar del profundo sufrimiento, ha reaccionado con fuerza y valentía: no se ha doblegado al dolor del goteo de muertos que aún continúa, sino que se ha convertido en un símbolo vital de rebeldía, resistencia y resiliencia en el mundo.
35 años de resilencia
La batalla de Afeva y las instituciones que la apoyan dura ya 35 años, pero debe continuar, porque a causa del amianto se sigue enfermando y muriendo. La enfermedad no se detuvo tras el cierre de la fábrica en 1986, ya que el polvo se había extendido en demasía por todas partes. Y el mesotelioma es un cáncer con un largo periodo de latencia… 10, 30, 40 años. Hoy en día, enferman personas que nunca han manipulado amianto para trabajar, pero que han estado en contacto con él sin saberlo, en circunstancias simplemente «ambientales». Hoy en día, el mesotelioma mata a muchos «niños y jóvenes de antaño», de cuarenta, cincuenta y sesenta años, que pueden haber jugado en campos deportivos o patios nivelados con el terrible «polvillo» (resultante de los residuos de la fabricación de tuberías), o que vivían en casas donde ese polvillo se utilizaba para aislar los áticos. Mueren hoy los que, de niños, trotaban por el carril bici no lejos de la fábrica, o los que iban a la pequeña playa que se había formado en el río Po con los residuos del ciclo de producción, o los que respiraban la fibra que navegaba por el aire, escapando de la fábrica y de los camiones en los que se transportaban sacos de materias primas y productos manufacturados de un lado a otro de la ciudad sin lonas protectoras.
Los tres pilares de la batalla
Afeva se ha movido en tres direcciones: compensaciones, justicia e investigación.
Compensaciones. Las obras de regeneración de las tierras (en ningún otro lugar del mundo han sido tan masivas) han tenido un coste de 120 millones de euros, la mayor parte de los cuales han sido asignados por el Estado al «Sitio de Interés Nacional», formado por 48 municipios, con Casale a la cabeza. La coordinación fue encargada al arquitecto Piercarla Coggiola. Se han retirado todos los tejados de amianto de los edificios públicos, con un total de ciento treinta mil metros cuadrados, además de un millón doscientos mil metros cuadrados de tejados de propiedad privada. Se han limpiado también los lugares contaminados por el «polvo» y la «pequeña playa» del Po (6.500 metros cuadrados a un metro y medio de profundidad) ya ha sido renaturalizada. En 1995, el ayuntamiento compró la fábrica abandonada a la empresa Eternit, que estaba en quiebra: entre 2002 y 2006 la limpió, gastando entre 7 y 8 millones de euros. El material de demolición «desmenuzado» fue sellado y enterrado en un enorme sarcófago bajo tierra. Encima se construyó el Parque Eternot (es decir, No Eternit), que costó entre 4 y 5 millones, y fue inaugurado el 10 de septiembre de 2016 por el Presidente de la República, Sergio Mattarella. Es el símbolo de la resilencia y el renacimiento de esta desventurada comunidad, que reaccionó no sólo para sí misma, sino para el mundo. Hoy en día existe una red internacional de alianzas, la llamada «multinacional de las víctimas», con sucursales en toda Europa, Brasil, Canadá, Estados Unidos, Japón y Australia.
Justicia. Hay un objetivo preciso: que sea reconocido oficialmente, a través de las instituciones del Estado encargadas de hacerlo, que la comunidad ha sufrido un daño y que alguien ha cometido ese daño. Ese mal, un ataque al medio ambiente, ha generado (y sigue generando) miles de víctimas. Ya en los años 90 se celebró un juicio contra los directivos de Eternit, pero cuando llegó al Tribunal Supremo, el delito había prescrito. A continuación, tuvo lugar el «Maxiprocesso Eternit», celebrado en Turín, contra los únicos patrones de Eternit que siguen vivos, un belga y un suizo. Había 6.392 partes civiles, constituidas por ciudadanos, organizaciones y asociaciones. El 13 de febrero de 2012, el veredicto fue de 16 años de prisión por el delito de desastre medioambiental intencionado. En la apelación, la condena se elevó a 18 años, pero sólo para el suizo, porque el belga había muerto durante el proceso. En 2014, el Tribunal de Casación, si bien reconoció al empresario como responsable del desastre, dictaminó que el delito había prescrito. La Fiscalía de Turín abrió una nueva causa penal, la así llamada «Eternit Bis», contra el mismo acusado. El expediente original se «descompuso» en tres líneas: en las dos de Turín y Nápoles, el acusado suizo ya fue condenado por homicidio negligente, agravado por «culpa consciente». El tercer caso se está tramitando en el Tribunal de Primera Instancia de Novara, en relación con 392 muertes en Casale: el presunto delito es el de homicidio voluntario.
Investigación. La Región del Piamonte ha cuantificado los costes que debe asumir el sistema sanitario por el tratamiento necesario para cada persona que enferme de mesotelioma: 33 mil euros por la vía diagnóstica y terapéutica, 25 mil euros por los costes del seguro y 200 mil euros por las pérdidas relacionadas con las bajas laborales. Es difícil establecer un recuento exacto del número de víctimas del amianto en Casale y sus alrededores, porque no se han contabilizado las más antiguas. La cifra de 2.500 muertos de Casale es realista, pero por defecto. Cada año se diagnostican unos cincuenta nuevos casos. Un trágico goteo. Un drama que estalla en el momento del diagnóstico, pero con un largo purgatorio consumado ya en el miedo a enfermar. Así es en Casale: si sientes un pequeño dolor en la espalda, si toses un poco, piensas: «Aquí está, me toca a mí». A menudo, afortunadamente, son sólo sospechas. Otras veces, sin embargo, la confirmación está ahí, inexorable. La prioridad absoluta y urgente es encontrar una cura para los enfermos de mesotelioma en Casale y en todo el mundo (hay países donde el amianto aún no está prohibido). En 2014 se activó la Unidad de Mesotelioma (Ufim), ahora denominada «Struttura Semplice Dipartimentale Mesotelioma» (Estructura Simple Departamental Mesotelioma), dirigida por la oncóloga Federica Grosso, que está adscrita a los hospitales de Casale Monferrato y Alessandria. Está conectada con institutos de investigación de Italia y de todo el mundo, forma parte de la red europea de referencia para el mesotelioma y adopta, además de las terapias tradicionales, los tratamientos experimentales más innovadores, gracias a la participación directa en ensayos clínicos. Desde hace algunos años, se dispone de terapias con un mecanismo de acción más específico, que han permitido prolongar la supervivencia: cada vez hay más pacientes que viven más de cinco años; hasta hace poco, estos casos eran anecdóticos.
Superar este reto es la mayor esperanza: la verdadera justicia se hará cuando se pueda anunciar que la «medicina» para curar ha sido encontrada. Será un hermoso día. Entonces pasearemos por el Parque Eternot, que la oncóloga Daniela Degiovanni, en un delicadísimo poema, definió como la «Colina de las Mujeres», construida en el lugar que fue «el infierno donde la vida ya no contaba, / de los sacos de amianto que se vaciaban cada día, / o del muro de polvo a través del cual sus ojos luchaban por reconocerse». Caminaremos entre las plantas de Davidia involucrata, el «árbol del pañuelo» cuyas flores blancas evocan los pañuelos para enjugar las lágrimas. Escucharemos a los niños gritar y jugar en los columpios y toboganes; leeremos en los bancos, a la sombra de cedros y sauces, álamos y tilos, ciruelos y perales en flor, aspirando el olor agrio del río. Y no hablaremos más del amianto. No escribiremos más sobre el amianto. Ni siquiera una palabra. Porque ya nadie morirá por culpa del amianto.