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Capitolo 2
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Ecología
Ecología queer
Capitolo 2: Ecología

Ecología queer

La historia de la evolución es una historia de formas de vida diferentes que cooperan entre ellas. Las abejas y las flores evolucionan concertadamente mediante desviaciones recíprocamente ventajosas

Timothy Morton

«Nearer than breathing, closer than hands and feet».

(George Morrison, The Reawakening of Mysticism)

La crítica ecológica y la teoría queer parecen incompatibles, pero si se encontraran producirían una fantástica explosión. Sin embargo, ¿cómo llevar a cabo esta perversa conjunción frankensteiniana? Propondré algunos métodos hipotéticos y marcos teóricos para un campo que aún no existe del todo: la ecología queer (llegados a este punto es necesario reconocer el extraordinario trabajo de Catriona Sandilands, Greta Gaard y de la revista Undercurrents). Este ejercicio de hibridación está destinado a crispar los nervios y a hacer hervir la sangre, así que, por favor, sed clementes conmigo en este ensayo en vuelo. Empecemos por las bases. Esta área de estudio no se creará mezclando las manzanas con las peras de la crítica literaria. Habrá que tomar el camino más impracticable, a partir de los cimientos (o en los cimientos). Hagámoslo en el nombre de la ecología misma, que prevé un conocimiento profundo de los demás seres, cosa que contempla, además, la teoría queer, pero en otra clave. Hagámoslo porque lo requiere nuestra era. Vamos perdiendo contacto con una Naturaleza fantástica que nunca ha existido (escribo Naturaleza con mayúscula para que parezca menos natural), mientras activa y pasivamente destruimos las formas de vida que habitan y constituyen la biosfera, en el acontecimiento de la sexta extinción de masa de la Tierra. Abandonar una fantasía es mucho más difícil que abandonar una realidad […]. Por desgracia, gran parte del ecocriticismo ofrece un ambiente tóxico en el que poder dar vida a una ecología queer. El ecofeminismo (un ejemplo clásico es La muerte de la naturaleza[1] de Carolyn Merchant) emergió del separatismo feminista, unido al esencialismo biológico, que, de manera más o menos estratégica, se funda en el binarismo de género y que precisamente por ello es de poca ayuda para las tipologías de multiplicación de la diferencia que constituyen el esplendor de la teoría queer. Parte del ecocriticismo norteamericano es un vector de varias formas de masculinidad, incluidos un áspero individualismo, un sublime fálico y autoritario y una alergia a las feminidades en todas sus formas (como pura apariencia, significante, ostentación y expresión). Otras formas de ecologismo (como la ecofenomenología practicada por Kate Rigby, Glen Mazis y otros) son mucho más prometedoras gracias a su visión flexible y experiencial, que ve la Naturaleza como un proceso y no como un producto; pero me temo que podrían ser consideradas solo puestas al día.

Interdependencia e intimidad

Judith Butler sostiene la ecología queer demostrando en qué medida las performances de género heterosexista producen una multiplicidad metafísica capaz de separar lo de dentro de lo de fuera. La multiplicidad dentro-fuera es fundamental para considerar el ambiente como un sistema metafísico cerrado: la Naturaleza. Es imposible interpretar todo esto sin incluir la violencia […]. Como he sostenido en otras ocasiones, las ideologías de la Naturaleza se fundan en estructuras dentro-fuera que  definen de nuevo los límites de las políticas del heterosexismo. Todas las formas de vida, junto con los medioambientes que forman y habitan, se escapan de los límites del dentro-fuera, a todos los niveles. Cuando examinamos el medioambiente, este brilla y emergen figuras «curiosamente distorsionadas». Cuando el medioambiente se vuelve íntimo, como en nuestra era caracterizada por el pánico ecológico y el riesgo científicamente previsible (Beck), deja de ser un medioambiente precisamente a partir del momento en que no sucede solo a nuestro alrededor: esta es la diferencia entre tiempo[2] y clima. Las sociedades humanas solían definirse a sí mismas a través de la exclusión de la suciedad y de la contaminación, Ahora no podemos seguir avalando esta forma de exclusión ni podemos creer en el mundo que produce. Todo esto significa tomar conciencia de dónde van a parar nuestros deshechos, literalmente. Excluir la contaminación forma parte del acto de interpretar la Naturaleza como incontaminada, salvaje, inmediata y pura. Para disponer de sujetos y objetos, primero es necesario disponer de abyectos para vomitar o expeler (Kristeva). Reprimiendo lo abyecto, los ecologismos (no me refiero a ningún movimiento en especial, sino que sugiero, por ejemplo, afinidades con el heterosexismo o el racismo), que pretenden subvertir o reconciliar el multiforme sujeto-objeto, solo producen una versione nueva y mejorada de la Naturaleza […]. ¿Cuánto de lo que llamamos Naturaleza actúa realmente mediante le exclusión? ¿Podría la teoría queer encontrar un extravagante aliado en la biología no esencialista? ¿A qué se parecería esta amistad? Muchos humanistas, incluido yo, necesitarían clases de recuperación de matemáticas y ciencias, pero en cuanto lo hagan verán que no hay nada de que asustarse. La ciencia, en cualquier caso, es demasiado importante para que la dejemos en las manos de los científicos. La ecología nace a partir de la biología, que posee aspectos no esencialistas. La teoría queer es una visión no esencialista del género y de la sexualidad. Estos dos dominios parecen  intersecarse. Pero ¿de qué manera? Afirmarlo podría no ser ni radical ni revisionista. Basta con leer a Darwin. El significado de la evolución es que las formas de vida están formadas por otras formas de vida. Las entidades se determinan recíprocamente, existen en relación la una con la otra y derivan la una de la otra. Nada existe independientemente y nada procede de la nada. En el adn es imposible distinguir una secuencia genuina de códigos de la inserción de un código viral. En las bacterias, por ejemplo, se encuentran los plásmidos, moléculas presentes como segmentos de código viral. Los plásmidos recuerdan a los parásitos en el huésped bacteriáceo, pero a este nivel es imposible afirmar qué entidad es el parásito  y qué entidad es el huésped. El adn es, literalmente, un código que el arn traduce para que los ribosomas produzcan enzimas (resultado final: las formas de vida). Los ribosomas pueden programarse para leer el adn de forma diferente: la ingeniería genética muestra cómo una célula bacteriana sea capaz de producir plástico en vez de proteínas. En cierto sentido, la biología molecular se enfrenta a cuestiones de autenticidad parecidas a las de la crítica textual. Así como el deconstruccionismo nos demostró que, dentro de un límite, ningún texto es del todo auténtico, la biología nos demuestra que no existe una forma de vida auténtica. Se trata, sin duda, de una buena noticia para una teoría queer de la ecología capaz de imaginar una reproducción de las diferencias a varios niveles y escalas posibles […]. La teoría de la evolución es antiesencialista en virtud de su abolición de los rígidos límites entre especies y en su interior. Las formas de vida son líquidas. Presentarlas como diferentes es como meter un bastón en río y afirmar: «Este es el nivel hidrométrico de tal o cual río» (Quine). La ecología queer requiere un vocabulario capaz de imaginar esta vida líquida. Propongo, por lo tanto, que estas formas de vida formen una red, una concatenación no cuantificable e infinita de interrelaciones que diluyen y confunden los límites prácticamente a cualquier nivel: entre especies, entre lo viviente y lo no viviente, entre organismos y medioambiente. No es fácil visualizar la red, porque esta se escapa de nuestra imaginación y trasciende la iconografía. Quizá necesitemos un imaginario negativo que consista en evidenciar lo que no es: suave y blanda, como muchas de las metáforas orgánicas preferidas por el ecologismo (la «red de la vida») o por las filosofías posmodernas. Me refiero a conceptos como los rizomas de Gilles Deleuze y Félix Guattari, cuyas formas se prefieren a las «arborescentes», supuestamente jerárquicas. La forma textual queer puede ofrecer «una red abierta de posibilidades, espacios vacíos, superposiciones, disonancias y reverberaciones». La tangibilidad orgánica se ha adecuado al machismo autoritario tan a menudo que la ecología queer debe interpelar escrupulosamente al organicismo y sus efectos ideológicos. ¿Qué decir, en cambio, de la sexualidad? La biodiversidad y la diversidad de género están profundamente conectadas. Las células se reproducen de manera asexuada, como sus antepasados unicelulares y los blastocistos que se implantan en la pared del útero al principio del embarazo. Antes de ser bisexuales, plantas y animales son hermafroditas, y son bisexuales antes de ser heterosexuales. Los ejemplares masculinos y femeninos de gran parte de las plantas y la mitad de los animales pueden convertirse en hermafroditas concertadamente o por turnos, y los hermafroditas pueden convertirse en machos o hembras; algunos de ellos mutan de género constantemente. Un porcentaje estadísticamente significativo (al menos el 10%) de los ciervos de cola blanca son intersexuales. Los caracoles hermafroditas se acoplan con aparente afecto. Los procesos de la sexualidad no están, además, delimitados dentro de las especies. El encuentro con otro individuo beneficia a las plantas y se produce entre especies, como pájaros e insectos. La historia de la evolución es una historia de diferentes formas de vida que cooperan entre sí. Las abejas y las flores  evolucionan concertadamente mediante desviaciones recíprocamente ventajosas. La reproducción heterosexual es un ulterior añadido en un océano de divisiones asexuales. Desde el punto de vista de los replicadores macromoleculares, la heterosexualidad solo es una buena opción (en vez de un costoso componente adicional). No obstante, desde el punto de vista de los vehículos de estas moléculas (nosotros y los coleópteros), eso no tiene sentido. El género como performance está corroborado por la satisfacción de los criterios de adecuación de la evolución: si tu cuerpo funciona, quédatelo (Roughgarden). Este concepto tiene ecos en la visión de Butler sobre la performatividad como conjunto regulado por funciones reiteradas que actúan de vínculos (Bodies 94-95). En este sentido, el adn mismo es performativo. No hay contradicción entre la simple biología  y la teoría queer. Si quieres un monumento queer, mira a tu alrededor. Todo esto nos conduce a lo que, de manera aterradora, se ha denominado la cuestión del animal (cuando lo escucho, me viene a la cabeza la cuestión judía). La crítica ecológica ha afirmado que el sexismo y racismo se fundan en el especismo (Wolfe); ¿por qué no añadir la homofobia?, ¿cómo pensamos en las formas de vida y en sus diferentes sexualidades y placeres? Todo intento de ecología queer debe imaginar modalidades para hacer justicia a las formas de vida y, al mismo tiempo, respetar las enseñanzas de la biología evolucionista, es decir, que el límite entre la vida y la no vida está atiborrado de entidades paradójicas. El bioquímico Sol Spiegelman ha demostrado que entre la vita y la no vida no existe una separación rígida y tajante. No se trata de una cuestión meramente semántica. Debe de haber habido una paradójica vida previviente hecha de arn y otros replicadores, quizá, como sostiene Spiegelman, los silicatos autorreplicantes. La biología suprime las fantasías vitalistas del protoplasma que se extrínseca bajo las formas de los organismos vivientes. El vitalismo podría ser algo del pasado, sin embargo el regreso en el ámbito académico de autores como Henri Bergson, Deleuze y Guattari prolonga su existencia […].

La ecología queer podría prescindir de una palabra penosa como es animal y adoptar otra expresión, algo así como extraño desconocido, que es una mala versión personal de la traducción  de arrivant de Derrida. Para nosotros las otras formas de vida son extraños cuya ajenidad es irreductible: los arrivants, los que se presentan sin avisar y por sorpresa (hosti-pitalidad). En vez de reducirlo todo a la uniformidad, la interdependencia ecológica multiplica las diferencias por todas partes. El modo en que las cosas existen carece de misterio y es un milagro al mismo tiempo. La interdependencia implica que las cosas sean menos de lo parecen. Sin embargo, esta debilidad indica que no somos incapaces de captar las cosas en sí mismas. No significa que no existan formas de vida, todo lo contrario, es precisamente esta la razón por la que existen. La ecología queer también dejará aparte las preocupaciones relativas a los límites entre lo humano y lo no humano. ¿Cómo podríamos distinguir apropiadamente lo humano de lo que no lo es? ¿Lo que establece graves vínculos a estas distinciones no es acaso el hecho de que la identidad está en los ojos de quien mira? No se trata de que los conejos sean conejos porque se llaman así; independientemente de las palabras que tengamos para describirlos, los conejos son deconstructivos hasta el fondo. Nada es idéntico a sí mismo. Estamos incorporados pero exentos de esencia. El organicismo es holístico y sustancialista en la medida en que presenta formas de vida a base de carbono (orgánicas en otro sentido) como esencia de la vitalidad. La ecología queer debe expandirse, abrazar tanto el silicio come el carbono, por así decirlo. El adn es tanto materia como información. El verdadero materialismo debería ser no sustancialista, pensar la materia como conjunto autoacoplable de interrelaciones en las que la información está grabada. Los ecologismos más difundidos, con sus redes vitalistas de la vida, se han alejado paradójicamente del materialismo. La ecología queer debería llegar hasta el fondo y desvelar que los seres existen en virtud del hecho de que, en el fondo, no son más que sujetos de relaciones; por amor a la materia. Los extraños desconocidos son perturbadores, familiares y ajenos al mismo tiempo. Su misma familiaridad es ajena y su ajenidad es familiar. No pueden ser concebidos como parte de una secuencia (como la especie o el género) exenta de violencia. Su unicidad no reside en la independencia. Son materiales compuestos por otros extraños desconocidos. Y ya que estamos relacionados con ella, toda forma de vida es familiar. Compartimos adn, estructura celular y subprogramas del software de su cerebro. Su unicidad implica la capacidad de participar en la colectividad. La ecología queer puede abrazar algo muy diferente del individualismo más o menos fuerte […]. La ecología es la última de una serie de humillaciones del ser humano. De Copérnico a Freud, pasando por Marx y Darwin, hemos comprendido que somos seres descentrados que habitan un universo de procesos autónomos. La humillación ecológica da vida a una intimidad politizada con otros seres. Esta intimidad es una acogida (y un deseo) polimorficamente perversa que no puede meterse en una caja; una intimidad bien descrita por la teoría queer cuando sostiene che la sexualidad nunca constituye una instancia normativa contra sus variantes patológicas. Esta intimidad necesita pensar y practicar la fragilidad en vez del dominio, la fragmentación en lugar del holismo y la incertidumbre deconstructiva a cambio de la aseveración agresiva; necesita multiplicar las diferencias, crecer a través de una completa reificación.

Es la vida, Jim, pero no como la conocemos.

[1] La muerte de la naturaleza, Carolyn Merchant, traducción de Maria Antònia Martí Escayol, Granada, Comares, 2020. (N. de la T.)
[2] Meteorológico. (N. de la R.)

* El texto de Timothy Morton fue traducido por primera vez al italiano por Vincenzo Grasso para KABUL (Dario Alì, Valeria Minaldi, Francesca Vason) en el interior de Earthbound. Superare l’Antropocene, Turín, KABUL Editions, 2021. Con textos de Bruno Latour, Jason W. Moore, Donna Haraway, Karen Barad, T.J. Demos, Greta Gaard, Timothy Morton y Giovanna Di Chiro. Prólogo a cargo de Gaia Bindi www.kabulmagazine.com. El presente texto, con la autorización del editor, ha sido adaptado a esta circunstancia para uniformarlo con los demás ensayos propuestos.

Timothy Morton

Timothy Morton es profesor de Literatura inglesa en la Rice University de Houston. Entre sus libros más significativos: Dark Ecology (New York, Columbia University Press, 2016; Ecología oscura, traducción de Fernando Borrajo, Barcelona, Ediciones Paidós, 2019), Hyperobjects: Philosophy and Ecology After the End of the World (Minneapolis, University of Minnesota Press, 2013; Hiperobjetos, traducción de Paola Cortés Rocca, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2018), The Ecological Thought (Cambridge, Mass., Harvard University Press, 2010; El pensamiento ecológico, traducción de Fernando Borrajo, Barcelona, Ediciones Paidós, 2018) y Ecology without Nature (Cambridge, Mass., Harvard University Press, 2007). Es miembro del movimento filosófico de la Object Oriented Ontology (OOO). Su trabajo explora las intersecciones del pensamiento orientado a los objetos y los estudios ecológicos a través de referencias a las artes, la literatura y la filosofía.